La fe espera, pero no recompensas.
Fray Diego Rojas / 1 comentarios / Comentario al Evangelio
Domingo XXVII del Tiempo Ordinario: La fe espera, pero no recompensas.
Lucas 17, 5-10
En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?
¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid:
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
Reflexión:
Los discipulos piden a Jesús que aumente su fe, hoy esta petición puede expresarse de otra manera, con un matiz más adecuado a la realidad de personas y comunidades muy creyentes: Señor, purifica nuestra fe. La fe auténtica no se mide por palabras ni por milagros visibles, sino por la obediencia humilde con la que los creyentes vivimos nuestra vida cotidiana. Jesús nos enseña que el servicio del verdadero discípulo no busca reconocimiento, sino que ser realiza por amor. En un mundo que valora el éxito y el mérito, el Evangelio nos recuerda que la fe florece en el servicio silencioso, en ese “hacer lo que hay que hacer” aunque nadie lo vea. La obediencia de la fe no esclaviza; al contrario, libera el corazón de la necesidad de aprobación y lo orienta hacia Dios.
Servir con humildad es estar convencidos de que cada acción —por pequeña que sea— tiene valor ante los ojos del Señor. Quien actúa desde la fe no necesita medir resultados, porque confía en que Dios da fruto en lo escondido. Así, la obediencia se convierte en una forma de adoración: el trabajo diario, el perdón ofrecido, la paciencia en el sufrimiento… todo puede ser una ofrenda viva cuando se hace con fe y amor. En la sencillez del servicio se revela la grandeza de Dios.
Cuando Jesús dice: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer”, no busca humillar, sino purificar el corazón del discípulo. Nos recuerda que nada de lo que hacemos es mérito propio: todo es gracia. La fe madura reconoce que el poder, la sabiduría y hasta el deseo de servir vienen de Dios. Al aceptar esto, el creyente deja de mirarse a sí mismo para mirar al Señor. La humildad se convierte entonces en una forma de sabiduría: comprender que todo es don y todo se devuelve en gratitud.
Vivir así es vivir en paz. Quien sirve sin buscar recompensa, quien se sabe sostenido por la gracia, experimenta la alegría profunda de la comunión con Dios. Esa es la fe que Jesús propone: una fe confiada, obediente y agradecida, que transforma el deber en encuentro y el servicio en oración. En la escuela del Maestro, la fe se hace humilde… y la humildad se hace luminosa.
Oración:
Señor Jesús, enséñanos a servir con amor y sin esperar recompensa. Haz que nuestra fe sea humilde, firme y agradecida, para que en cada gesto de servicio te reconozcamos a Ti.