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Domingo XXVI del Tiempo Ordinario: Dios es mi ayuda

Fray Diego Rojas / 3 comentarios / Comentario al Evangelio
XXVI domingo T.O. 2025

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario: Dios es mi ayuda

Lucas 16, 19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.

Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.

Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.

Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.

Pero Abrahán le dijo:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.

Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.

Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.

Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.

Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.

Abrahán le dijo:
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”». 

Reflexión:

El relato que nos presenta Lucas hoy sigue el tema, muy presente en los evangelios, de la relación del cristiano con los bienes materiales. Esta idea se puede resumir en que: la vida no se mide por la abundancia de bienes, sino por la capacidad de abrir los ojos al prójimo. El hombre rico, vestido con lujo y saciado cada día, no cometió un crimen visible; su pecado fue la indiferencia. A sus puertas yacía Lázaro, necesitado y enfermo, pero nunca fue visto ni atendido. El contraste revela que la verdadera ceguera espiritual no proviene de la falta de fe en Dios, sino de la incapacidad de reconocerlo en los hermanos más pequeños.

Lázaro, cuyo nombre significa “Dios es mi ayuda” o "Dios ha ayudado", es el único personaje de las parábolas de Jesús que recibe un nombre propio. Con ello, el evangelio subraya que los pobres y marginados tienen un rostro, una identidad y una dignidad que no puede ser borrada por la miseria. Mientras el rico aparece anónimo y sin memoria en la eternidad, Lázaro es recordado, acogido y exaltado en el seno de Abraham. El mensaje es claro: el valor de una vida no está en la riqueza acumulada, sino en la confianza puesta en Dios y en la esperanza de su justicia.

El destino final de ambos personajes ilustra una inversión radical. Aquello que parecía sólido y seguro para el rico se desvanece, y lo que parecía insignificante en la tierra se convierte en grandeza a los ojos de Dios. La parábola no se centra en la condena del dinero, de hecho, en el evangelio no se condenan ni las riquezas ni el dinero, se condena o se elogia el uso que se hace de él, pero sobre todo, la actitud del corazón son relación a los bienes. La riqueza se convierte en trampa cuando encierra, aísla y endurece, y la pobreza se transforma en espacio de salvación cuando abre a la confianza plena en el auxilio divino.

Este pasaje interpela directamente nuestra realidad. En nuestras ciudades y comunidades hay “Lázaros” visibles: migrantes, personas sin techo, ancianos abandonados, jóvenes sin oportunidades. Cada puerta que se cierra es un espejo de la indiferencia del rico. La fe auténtica no se demuestra en rezos aislados, sino en el compromiso concreto con quienes sufren. Jesús nos recuerda que la vida eterna comienza en el modo en que tratamos al prójimo en el hoy de nuestra vida.

Finalmente, la parábola es una llamada urgente a la conversión. No hay que esperar señales extraordinarias ni milagros sorprendentes: basta con abrir los ojos y escuchar la voz de la Palabra, que resuena en “Moisés y los profetas” y culmina en Cristo. El tiempo de actuar es ahora, antes de que el abismo de la indiferencia se vuelva definitivo. En el rostro de cada necesitado, Dios nos ofrece la posibilidad de encontrar la salvación que no se compra ni se acumula, sino que se recibe como don en la entrega y la compasión.

Oración:

Señor Jesús, abre nuestros ojos para reconocer a los Lázaros de hoy y danos un corazón compasivo que sepa compartir, servir y amar. 

 

Fray Diego Rojas Fray Diego Rojas

Comunidad de frailes dominicos de Caleruega

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Jesus Mosquea González
27 de septiembre de 2025 a las 23:39

Muy buena reflexión para la vida diaria

Montse ARNAIZ
28 de septiembre de 2025 a las 11:38

Me quedo con la palabra "recuerda". 1*recordar en dar gracias a Dios por los bienes y dones que nos ha dado y 2* "recuerda" que no es solamente para mí...; Señor, dame la sensibilidad de ver a los LÁZAROS que con frecuencia están cerca de mi,quítame la venda delos ojos para percatarme, y un corazón sensible para tener misericordia.

Casiana
30 de septiembre de 2025 a las 14:37

Riqueza ni pobreza, cada día la medida justa.
Gracias por esta reflexión que me invita a esperar y confiar. A entender más sobre la pobreza espiritual y sobre la construcción de una morada “con mi nombre” en la eternidad.

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