La fe que no se rinde
Fray Diego Rojas / 0 comentarios / Comentario al Evangelio
Domingo XIX Tiempo Ordinario: La fe que no se rinde
San Lucas 18, 1-8
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Reflexión:
Jesús nos invita a orar siempre sin desanimarnos. No se trata de repetir rezos por costumbre, sino de mantener el corazón abierto, confiado, incluso cuando la respuesta parece tardar. La oración constante es esa voz que, en medio del cansancio o la incertidumbre, sigue diciendo: “Señor, confío en ti.” Orar así es creer que, aunque no veamos el fruto inmediato, Dios está obrando silenciosamente en nuestra historia. Porque la oración es comunicación, y la comunicación supone mínimo dos interlocutores. No es una instrucción que se le da al genio de lámpara, ni a la IA para que realice lo que quiero.
En la parábola, la viuda que clama por justicia representa a todos los que viven con el alma herida, que siguen esperando una respuesta, una reparación, una luz. Su insistencia no es terquedad, sino fe que se niega a rendirse. Ella confía en que Dios no es indiferente, que su justicia no se compra ni se vende, sino que se regala a quienes perseveran en la verdad y en el amor.
Dios no es como el juez injusto. Él escucha el clamor de sus hijos y actúa con misericordia. Pero su tiempo no siempre coincide con el nuestro. A veces su justicia llega en forma de paz interior, de reconciliación, de fortaleza para seguir adelante. La Justicia divina no es ajuste de cuentas, ni compensación por daños y perjuicios, es reconciliación y rectificación de nuestro camino truncado por nuestra incoherencia o la de los demás. Por eso, la oración perseverante no cambia a Dios, nos cambia a nosotros: nos enseña a mirar con fe, a esperar con esperanza y a vivir con confianza.
Al final Jesús nos deja una pregunta que toca el corazón: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” Quizás esa fe se encuentre en quienes, como la viuda, no dejan de orar, aunque todo parezca perdido. Que el Señor nos conceda esa fe sencilla y firme, que no se rinde ante la demora, sino que sigue confiando en el Dios que escucha, acompaña y hace justicia a su tiempo.
Oración
Señor Jesús, enséñanos a orar con paciencia y confianza. Que nunca nos cansemos de buscar tu rostro ni de esperar tu justicia. Danos una fe que no se rinda, un corazón que crea y una esperanza que nunca se apague.