La Paz del Señor
Fray Diego Rojas / 0 comentarios / Comentario al Evangelio
Domingo XIV del Tiempo Ordinario: La Paz del Señor
Evangelio según San Lucas 10, 1-12. 17-20
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.
Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno.
Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».
Reflexión:
San Pablo, en su carta a los Gálatas, concluye con una bendición profunda: “La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma”. ¿Cuál norma? Vivir según la cruz de Cristo, gloriarse solo en ella y no solo en los logros temporales ni en las apariencias. La paz verdadera no es fruto de estrategias ni de equilibrios externos, sino de una vida redimida por la misericordia de Dios. Solo cuando el corazón se ha reconciliado con Dios a través de Cristo, puede experimentar y ofrecer verdadera paz.
En el evangelio, Jesús envía a sus discípulos como mensajeros del Reino, con una consigna clara: “Cuando entréis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’”. La paz es lo primero que se debe anunciar y ofrecer, porque es la señal del Reino y la puerta para toda evangelización auténtica. No es una simple cortesía o deseo vacío, sino una bendición real que transforma. La paz del Señor reposa allí donde hay corazones dispuestos, abiertos a la gracia, receptivos a la presencia de Dios.
Jesús también advierte que, si no hay “gente de paz”, esa bendición no se pierde: “volverá a vosotros”. La paz de Dios no se desgasta; es generosa, abundante, paciente. En un mundo agitado por el ruido, la división y la violencia, necesitamos urgentemente discípulos que lleven esta paz como su sello, que hablen y actúen con mansedumbre, sin imponer, pero sí proponiendo con firmeza el Reino de Dios, que es justicia, alegría y paz en el Espíritu Santo.
En nuestros días abundan los movimientos pseudoespirituales que ofrecen una falsa paz, supuestamente alcanzable mediante la armonía interior. Sin embargo, esto no corresponde a una verdadera experiencia espiritual, ya que esos estados de tranquilidad o relajación son, en realidad, el resultado de ejercicios físicos o psicológicos, cuyos efectos duran solo mientras se mantenga su correcta ejecución. No se trata de la paz que nace del encuentro con el Trascendente, fundamento de toda espiritualidad auténtica. Esa aparente “paz” responde a una falsa espiritualidad; falsa porque es profundamente egoísta, se centra en la búsqueda de la felicidad personal, y no en la comunión, la alegría compartida y la reconciliación con Dios y con los demás, que son el verdadero fruto de una vida en el Espíritu.
Ser mensajeros de paz implica haber sido tocados por ella primero. La cruz de Cristo, que san Pablo menciona, es la fuente de esa paz duradera: la reconciliación entre Dios y la humanidad. Que la paz del Señor habite en nosotros y nos transforme, para que podamos llevarla con verdad a nuestras casas, nuestras comunidades y nuestro mundo. “La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma”, es decir, sobre quienes se configuran con Cristo y su Evangelio.