Corpus Christi
Fray Diego Rojas / 0 comentarios / Comentario al Evangelio
Corpus Christi
Evangelio según San Lucas 9, 11b-17
En aquel tiempo, Jesús hablaba a la gente del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación.
El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron:
«Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado».
Él les contestó:
«Dadles vosotros de comer».
Ellos replicaron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente».
Porque eran unos cinco mil hombres.
Entonces dijo a sus discípulos:
«Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno».
Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos.
Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.
Reflexión:
La solemnidad de Corpus Christi exalta el misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Un misterio desconcertante —si no lo fuera, no sería misterio—, pero este lo es aún más, porque nos confronta con algo tan cotidiano, tan básico y fundamental como la necesidad de alimentarnos. El ser vivo que no se alimenta, muere.
En consonancia con esta necesidad básica, Jesús no tuvo mucha dificultad en escoger el pan y el vino —elementos fundamentales de la dieta mediterránea— para, con ellos, perpetuar su presencia entre nosotros de forma sacramental. Jesús siempre recurrió a lo simple y lo sencillo para comunicar lo que deseaba transmitirnos.
Tal vez sea por esa cualidad básica, material, corpórea del acto de alimentarnos, y por la sencillez de los elementos —pan y vino— que, cuando intentamos asimilar que Cristo está presente en la Eucaristía, nos distraemos con la materialidad de la hostia consagrada y tendemos a pensar que Cristo se reduce a ese trozo de pan sin levadura. Pero esa lógica prácticamente nos anula. La lógica de la Eucaristía va en otra dirección: Jesús no se reduce; somos nosotros quienes, mediante ese trozo de pan, somos elevados, engrandecidos, hacia la unidad común que Cristo restaura en su sacrificio pascual.
En un lenguaje muy simple podríamos decir que, en la Eucaristía, se abre un puente a lo sobrenatural mediante el cual realizamos eficazmente la voluntad del Padre: congregar a sus hijos en comunidad. Es decir, entramos en común-unión y, por tanto, formamos comunidad; conformamos el Cuerpo Místico de Cristo —la Iglesia—, en el que Él se hace presente en la historia.
San Pablo lo explica también de forma sencilla: "Porque, aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Cor 10, 17).
El Corpus Christi, el Cuerpo de Cristo, no se reduce al pan ni al vino. Pan y vino son el elemento aglutinador en torno al cual se congrega la comunidad que, en comunión con Cristo, conforma su cuerpo real, tangible y eficaz en la historia.
El relato del Evangelio de hoy, según san Lucas, fundamenta esta idea en ese mandato: "Dadles vosotros de comer". La acción de Cristo en la historia se perpetúa cuando asumimos la responsabilidad de ser cristianos y actuar como Él actuó: haciendo el bien, en común unión con su Padre. Jesús no se expresa en singular —tú dale—, sino en plural —vosotros/ustedes—. Tampoco se desentiende del todo: delega la tarea en sus discípulos, pero les indica cómo realizarla, y gracias a su bendición, la obra se lleva a término.
Así las cosas, la Eucaristía no se reduce al rito de la misa. Podríamos decir que la misa es como un laboratorio donde, en un escenario controlado —la liturgia—, experimentamos lo que significa ser comunidad, para luego salir a la cotidianidad, al "mundo real", e intentar replicarlo. Ahí se completa la Eucaristía, es decir, nuestra acción de gracias al Señor por hacernos partícipes de su ser.
Tampoco la Eucaristía se reduce a una simple comida social. El pequeño trozo de pan que consumimos no tiene valor nutritivo para nuestro cuerpo; el alimento al que nos acercamos es de un orden ontológico y trascendental. Es decir, la Eucaristía nutre nuestra identidad cristiana al congregarnos con nuestros hermanos en un acto que se asemeja a una comida familiar.
En una comida familiar o entre amigos, no nos reunimos únicamente para satisfacer una necesidad fisiológica —comer—, sino, por lo general, para celebrar algo. Y en esa dinámica, fortalecemos los lazos familiares o de amistad que nos definen como personas. Esa comida alimenta nuestro cuerpo, sí, pero aún más alimenta nuestra identidad, al unirnos de forma más profunda con el grupo en el que nos reconocemos y al que pertenecemos.
Eso mismo ocurre en la Eucaristía, pero con un matiz esencial: no entramos únicamente en relación humana con nuestros hermanos en la fe, sino también en relación con el Trascendente, que bendice nuestra fraternidad de manera sobrenatural. El alimento eucarístico nutre tanto nuestra identidad natural como la sobrenatural; fortalece nuestro ser temporal y también el trascendente.