La Trinidad, un Dios relacional.
Fray Diego Rojas / 0 comentarios / Comentario al Evangelio
Santísima Trinidad
Evangelio según San Juan 16, 12-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».
Reflexión:
El domingo pasado celebrábamos Pentecostés —la manifestación del Espíritu Santo en la Iglesia— y hoy, el domingo siguiente, la Iglesia nos invita a celebrar la Santísima Trinidad. Es decir, nos anima a recordar con alegría que el Dios que adoramos los cristianos no es un Dios solitario, ni tampoco una trilogía de dioses que actúan de manera colegiada.
El relato del Evangelio de hoy es muy breve, porque no es necesario extenderse intentando explicar lo inexplicable; sin embargo, nos da pistas para aproximarnos al misterio de la Trinidad.
La primera: hay mucho que decir sobre Dios y su obra de salvación. Aunque la Sagrada Escritura nos presenta el relato de todo lo que necesitamos creer, no contiene todos los conceptos útiles para la reflexión teológica sobre la fe. Por ejemplo, la palabra Trinidad no aparece en la Biblia, pero sin duda el Espíritu Santo guió a Teófilo de Antioquía, a Tertuliano y, posteriormente, a los concilios de Nicea y Constantinopla para establecer el dogma de la Santísima Trinidad, elemento fundamental de la fe cristiana. La corriente viva de la Tradición es guiada por el Espíritu Santo y nos conduce hacia la verdad plena.
La segunda: esa Verdad Plena a la que nos guía el Espíritu es conocida por Él de primera mano, porque forma parte de ella, se relaciona íntimamente con ella. Por tanto, la comunicación de esa verdad no es una mera transmisión de información académica, sino una auténtica comunicación de vida.
Si algo podemos inferir de la Santísima Trinidad a partir de este pasaje es que no se trata de una realidad estática o impersonal; todo lo contrario: en la Trinidad opera una dinámica de donación y transmisión continua y eterna, donde hay alocución y escucha —es decir, comunicación fluida—; donde hay donación y acogida —es decir, caridad absoluta—. Y lo más importante: esa comunicación y donación no se limita a las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, sino que se expande hacia nosotros: os guiará… os comunicará… os anunciará. La Trinidad no se guarda nada: nos lo ofrece todo, sin agotarse. A partir de esto podríamos decir que característica identitaria de la de la Trinidad es la relacionalidad.
La insistencia evangélica de que seamos uno como el Padre, el Hijo y el Espíritu son uno, persigue que busquemos la consumación de esa verdad plena hacia la que el Espíritu nos guía. Si de verdad queremos ser coherentes con la fe que profesamos, la meta que debemos perseguir es la unidad por medio de la caridad. Dios nos hizo a su imagen y semejanza; es decir, nos diseñó para la comunicación, para la donación sin egoísmo, para la relación. Celebrar la Santísima Trinidad es recordar que nuestro Dios es relación, es comunidad, es familia unida en el amor. Eso es lo que debemos aspirar a ser nosotros si realmente queremos ser verdaderos cristianos.